Rumorología y cabezas huecas

Hace ya muchos años, tuve la oportunidad de ingresar a un colegio femenino que era más grande que el pequeño establecimiento educativo en el que estuve hasta terminar la primaria. Formaba parte del grupo de niñas nuevas que llegaban a un escenario donde no conocían a nadie y que se veían en la necesidad/obligación de buscar amigas.

En medio de este proceso, tuve la oportunidad de dialogar con varias compañeritas que me iban dando mini-biografías de quienes estaban en mi curso. Luego de haber charlado con un grupo significativo, me di cuenta que todas coincidían con el perfil de Sandra (el nombre ha sido cambiado para evitar problemas en caso de que Sandra sepa a quién me refiero exactamente e insista en preguntarme de dónde venían los rumores), una chica que tenía tremenda reputación a pesar de tener tan sólo trece años: «Algunos dicen que ya casi la han penetrado», «Lo dio por detrás», «Se besó con tres chicos a la vez», eran tan sólo algunos de los comentarios que escuchaba con asombro. Como tonta, tragué todo lo que me dijeron y durante el bachillerato, al igual que todas las de mi grado, creí que Sandra era en realidad la mujer más promiscua de toda Barranquilla.

Por supuesto, nunca cuestioné a quienes decían estas cosas porque no tenía los argumentos ni la inteligencia para saber que no se debe dar por sentado todo lo que la gente dice. Es correcto, de adolescentes la gran mayoría somos unas «cabezas huecas» y le damos validez a hechos absurdos como el que conté.

Años después, tuve la oportunidad de compartir algunas clases con Sandra y me di cuenta que los rumores eran parcialmente ciertos, pero no así de exagerados como me los habían dado a conocer; ella no era ninguna santa, pero tampoco era la ninfómana que muchas afirmaron que era, sin ninguna evidencia.

Cualquier ser lógico pensaría que esta conducta de chisme y ponzoña, infantil e inmadura poco suele pasar en los adultos, pero todos sabemos que no es así. En la vida de los grandes, los rumores son el pan de cada día en cualquier escenario y es fácil convertirse en una víctima de cuentos agrandados.

El peligro de los rumores radica en la estupidez de quienes los escuchan. Cada vez me encuentro con más y más personas que dan por sentado cualquier rumor que leen o escuchan de fuentes de dudosa procedencia. ¿Crees acaso que un forward, un blog fantasma o un comentario aleatorio en Facebook es una fuente confiable para afirmar algo sin ningún fundamento? La respuesta inconsciente de muchos es que si, lo creen, lo reafirman, lo juran y lo vuelven a decir sin ni siquiera saber de dónde viene la información que podría ser o no cierta.

Creo que los rumores son sumamente dañinos para cualquier ambiente y que en un país tercermundista como Colombia, nadie se salva de ellos. Yo he sido víctima, pero le aseguro que usted, su mamá y su abuelita también lo han sido y seguramente ni cuenta se han dado. Es tan grande la imaginación de la gente y tan infinita la estupidez, que ahí está el caldo de cultivo perfecto para que cualquier rumor nazca, crezca, se reproduzca y viva por siempre.

En tiempos electorales, los rumores toman más fuerza que nunca y son usados como un arma sucia para desprestigiar al opositor. Todos sabemos que el chisme existe, lo hemos escuchado, divulgado y palpado, pero aún así, muchos siguen creyendo en cuanta farsa salga en cualquier medio. Me asombra la ingenuidad de este país y la carencia de criterio de muchos, que ni siquiera se toman el trabajo de Googlear o de medio investigar la sarta de mentiras a la que estamos sometidos la mayor parte del tiempo.

Sandra siguió su vida, se fue del país, está ahora en alguna parte trabajando como profesora en algo que le gusta y llevo ya rato sin saber de ella o de su vida sexual. Pero ella no es la única víctima de los rumores y en Colombia, todos podemos convertirnos en la próxima comidilla del público a menos que empecemos a usar la cabeza y dejemos que la lengua descanse un poco.



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