El vivo vive del bobo

Hace poco me robaron mi celular. Caminaba sola por una calle de Bogotá llena de vigilantes, parejas enamoradas y seguridad simbólica. Mientras dialogaba por el aparato, el mejor de su clase que he tenido hasta el momento, un reciclador se acercó súbitamente y me arrebató mi Nokia 5130 de las manos. Corrí asustada hasta el apartamento de un amigo que vive cerca al lugar de los hechos y al entrar, lloré mientras narraba mi mala experiencia.

El escenario no podría ser mas fatídico y propicio para que esto ocurriera, por lo que ustedes concluirán que fui víctima porque “di papaya”. Así es, yo y solo yo fui la culpable de la maldita inseguridad que azota al país y por eso, no debo usar mi teléfono móvil en la calle sino en establecimientos cerrados donde seguramente ya hay teléfono fijo. Gracias a la inseguridad, yo soy la culpable de los robos que otros ME hacen porque ellos, los ladrones, son quienes ponen las reglas de las pertenencias que tengo derecho a seguir teniendo entre mis manos.

La fantabulosa inseguridad nos ha cambiado la vida. Desde que existe (hace cientos de años) los colombianos debemos andar con la paranoia alborotada y diez ojos en la cabeza pendientes de lo que los “pícaros” andan haciendo por ahí. No hablar por celular en sitios públicos, cuidar que nadie vea su clave bancaria, no dialogar con extraños en la calle, no tomar taxis que no sean pedidos telefónicamente, no descuidar sus objetos personales y que a nadie se le ocurra sacar un PSP o un Ipod en un bus porque pronto será de otros, así tenga la factura de compra en el bolsillo. Y ni hablar de poner resistencia, toca simplemente dejarse robar porque en muchas ocasiones se trata de una cuestión de vida o muerte.

La famosa inseguridad a la que tanto nos hemos acostumbrado no sólo nos quita celulares, bolsos, billeteras, dinero, carros y zapatos. Nos quita la libertad de sentirnos seguros en un sitio al que muchos llamamos hogar. Debido al régimen montado por los ladrones, no puedo caminar de noche o tomarme una cerveza sentada en una esquina, como si estuviéramos en toque de queda; ellos ponen las condiciones y es nuestro deber acoplarnos como ovejitas.

Cada vez me doy cuenta que estamos más acostumbrados a la inseguridad. Posiblemente hace muchas décadas, los ladrones eran vistos como antisociales de los barrios peligrosos. Pero poco a poco han ido trasladando las sedes de su delito hacia las zonas donde sí hay dinero para arrebatar. Las tácticas son llenas de imaginación y ejecutadas por personajes que harían sonrojar a Houdini ya que muchos de los fraudes que se llevan a cabo son realizados por “arte de magia”, a veces sin que la víctima se dé cuenta del desfalco. Es tan exitoso dedicarse al crimen, que hasta se ha dado el lujo de organizarse.

No es raro que incluso, siendo víctima de un robo a uno lo regañen y le den “consejos”. Los atracos son una lección en sí misma por lo que no es necesario ningún tip adicional. “Me quitaron mi celular por boba”, me repetí a mi misma durante varios días mientras pensaba en el negociazo que deben tener las miles de personas que se dedican al delito como forma de vida. Y si, en teoría los honestos somos más, pero realmente no importa si el robo es cometido en un callejón solitario o en un centro comercial, cada quien sigue su camino y al bobo que se lo lleve la corriente…

“El vivo vive del bobo” y nosotros, los que hemos sido robados, no somos vistos por la sociedad como víctimas. Hemos sido rebautizados con otros adjetivos: pendejos, tarados, estúpidos. Eso somos, por aprobar que esto pase. Porque nos hemos dejado doblegar por los deshonrados: los intrépidos recicladores de la calle que trabajan medio tiempo como rateros, los mendigos que intimidan a los peatones para que les “regalen un billetico”, los ladrones de cuello blanco, los contratistas chanchulleros que realizan obras interminables, los tramposos que se llevan la tajada de los impuestos y los hipócritas que sonríen mientras vacían tu cuenta bancaria.  

Gracias desempleo, gracias desigualdad, gracias injusticia social, gracias elitismo, gracias deshonestidad, gracias clase dirigente, gracias corrupción, gracias putrefacto sistema de salud, gracias narcotráfico, gracias “bandas emergentes”, gracias pobreza, gracias hambre, gracias falta de acceso a la educación, gracias, gracias, gracias.

Nosotros, los pendejos, les estamos eternamente agradecidos por haber generado un nuevo y próspero sector en la economía. Así que amigos míos, tengan la plena certeza que la única tonta de este paseo no soy yo. De pronto el que sigue es usted. 


Comentarios

  1. Me encantó Ángela. Es demasiado cierto lo que dices. El final estuvo genial. Es como Pato Amarillo, y los demás que comentaron en mi status, que dicen: Pilas, está pendiente, no des papaya, a mi no me hubiese pasado. Me parece que el verdadero ejercicio debe ser más profundo e ir más allá de dar esos "consejillos". Y lo digo hasta por mí. Porque hasta que uno no sufre los estragos de la inequidad Colombiana, no se pone la camiseta. En fin, es un tema largo de tratar.

    Pero hoy, después de leer tu blog, de alguna manera me siento más relajado. Quizá el hecho de haber conocido tu historia, es como una especie de catarsis para mí. Me identifiqué muchísimo.

    Lo importante, es que en la vida pasan calamidades, pero siempre hay mil posibilidades de generar nuevas y mejores oportunidades. Siempre y cuando uno siga vivo. Así que un celular se repone. La libertad toca buscarla, seguir luchando por ella. Esta cuesta más que el celular, pero igual nos fue robada desde antes de que naciéramos. Es casi imposible recuperarla.

    Lo tomaré como un mal día.

    ¡Excelente post!

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  2. Gracias Rafa por tu comentario y me alegra que el escrito sea una catarsis para ti como lo fue para mí en su momento.

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