La nostalgia de un festivo no celebrado

El 7 de diciembre es una festividad muy importante para los colombianos, especialmente para los costeños. En la madrugada se encienden las velitas en medio de faroles de colores en honor a la asunción de la Virgen María. Como mis papás son de Bucaramanga, nosotros teníamos nuestras velitas prendidas a eso de las 8 de la noche y comíamos a las 12. Aunque realmente no soy católica, me gustaba celebrar el 7 con mi familia o, ya más adelante, usarlo como un pretexto para salir con mis amigos.

Al llegar la fecha, ya todos sabían que la alegría de diciembre se acercaba. Las brisas, la música, la novena, la comida (oh si, la comida), las fiestas, el trago, los regalos, las reuniones familiares, las despedidas de la empresa, todo.

No había caído en cuenta de la cantidad de eventos que los colombianos celebramos. Prácticamente se hace un agasajo por todo, especialmente en diciembre. En mi anterior empresa, que era bastante grande, se hacían por lo bajo tres celebraciones de diciembre: la de mi equipo, la de la unidad y la de la empresa completa. Y eso, sin contar los almuerzos y demás celebraciones paralelas que surgían de la nada. Tengo de varias de esas fiestas los mejores recuerdos con compañeros bastante afines al alcohol, pero, cómo no ceder si se trataba del mes más rumbero del año.

Pero acá es diferente. El 7 de diciembre no significa nada, al menos no en Toulouse. Y además, en diciembre se trabaja y se estudia como si nada. El descanso se ve en el verano, meses que para los colombianos son tan laborales como lo es diciembre en este país.

Extrañé el 7 de diciembre y sentí el vacío de la festividad no celebrada. Pero afortunadamente para mí, aunque se trata del peor error financiero y de estudio que he cometido en mi vida, muy pronto podré degustar la pachanga decembrina en Colombia.


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