La confianza en el prójimo

La confianza en el prójimo no es el fuerte de los colombianos, diría yo. En la mayoría de las regiones del país, somos amables y caritativos. Pero en ciudades como Bogotá (y recientemente en Barranquilla), donde la inseguridad es el pan de cada día y donde el prójimo es un potencial enemigo, es mejor pasar por grosero que sufrir un atraco o cualquier otra situación que implique vulnerabilidad.

Toda mi vida, hasta hace mes y medio, había estado en ese ambiente de desconfianza e inseguridad que ya se me hacía familiar. Así que debo decir que es bastante extraño salir a la calle y usar mi celular (que no es la gran cosa) con toda confianza. Es raro no temer que un desconocido te robe luego de pedir ayuda con una dirección porque seguramente está genuinamente perdido. Es raro devolverse a casa en bicicleta después de una noche de rumba y no temerle a pedir orientación o a dejarse ayudar de extraños en caso de estar perdida (cosa que ya me pasó y con la que conté con mucha suerte).

El viernes, mientras tomaba el Tramway, se acercó un muchacho común y corriente a preguntar direcciones. Lo hizo en francés, a lo que respondí mi tradicional: "Je ne parle pas Français", frase que me ha servido de defensa personal en este país. El chico y sus dos amigas resultaron siendo españoles, de Valencia. Se encontraban en Toulouse pisando uvas de una cosecha de vino e iban a pasar el fin de semana en la casa del hermano de una de ellas, que vivía en el centro. Coincidencialmente, iban en la misma dirección que yo. Nos acompañamos todo el recorrido, ellos con sus historias de uvas y con miles de preguntas sobre mi decisión de estar allá. Cuando nuestros caminos se separaron, me gritaron para despedirse: "¡Hasta luego Angelita bonita!".

Sonreí toda la noche. ¡Que sensación más bonita la de poder confiar en el prójimo y llevarse una grata sorpresa! De pronto me vuelva menos desconfiada en este lugar, quién sabe. Lo cierto es que nunca notamos la gran dosis de estrés que llevamos en nuestras espaldas por tener que estar "pendiente" y "alerta" en todo momento. Seguramente acá también pasan cosas, pero la sensación de vulnerabilidad es menos palpable que la que se siente en Colombia. Punto para Francia.


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