Desde afuera, desde adentro

A menudo, me pregunto cómo me veo desde afuera. Hacía rato que no me preguntaba tantas veces lo mismo, sobre cómo será esa primera impresión que causo en las personas. Sé que por lo general estoy despeinada, sin embargo, algunos me han dicho que doy la impresión de ser exageradamente ordenada. Quizás si vieran mi escritorio en este momento dudarían de ese orden magnánimo que creen que mantengo en mi vida. También me han dicho que doy la impresión de ser rígida y estricta, pero creo que no lo soy tanto: o si no, de nuevo, mi escritorio, mi cama o mi cuarto estarían en un orden inmaculado que rara vez tiene.

De pronto parezco un pequeño ogro. Soy quejumbrosa, me quejo por todo, me la paso diciendo lo que me molesta más que lo que me gusta. Pero, por alguna razón, hablar de las desgracias e inconformidades se me hace mucho más fácil que hacerlo de lo positivo. Me gusta centrarme más en lo negativo que en lo positivo porque es un mecanismo de defensa que he perfeccionado con los años para evitar desilusionarme. Para mí, desilusionarme o decepcionarme es fatal. Es una sensación dolorosa, llena de desolación, rabia e impotencia que detesto sentir. Pero la he sentido varias veces en mi vida: por eso, prefiero pensar siempre en lo malo y no perderlo de vista. Mantener lo negativo presente me impide pensar en lo positivo y crear expectativas que rara vez se van a cumplir.

Ah si, y suelo desviarme mucho, irme por las ramas. Tengo la concentración de un zancudo con Alzheimer tocando maracas. Repito las historias, olvido los nombres, me enredo con las direcciones y no recuerdo los finales (y a veces ni los inicios) de los libros ni de las películas. Trato de recordar las confidencias de la gente, pero últimamente también he empezado a olvidarlas. Cada vez me cuesta más mantener el hilo de la concentración en una sola área y con esto del multi-tasking me he vuelto más desenfocada que nunca.

Pero aún así no sé como me veo desde afuera. Todo el tiempo soy yo. Y me encanta ser yo. Pero creo que es normal de pronto, no quererme desde el principio. Es fácil dejarse llevar por las primeras impresiones y quizá esa no es mi especialidad. Suelo ser torpe, tosca y a veces paso por grosera. El carisma posiblemente tampoco es lo mío. Por eso, la primera impresión tampoco es lo mío. Creo que soy algo así como gusto adquirido, como el vino o Nine Inch Nails.

También he aprendido que no es importante dejarse llevar por las primeras impresiones, que pueden ser bastante engañosas. Solo nos muestran lo que está en la superficie, pero somos más profundos que una cebolla. Y aunque algunas de las capas de afuera puedan parecer atractivas, solo lo que está en lo más profundo de cada tubérculo revela su verdadero ser. ¿Será que las personas saben eso? ¿O solo se dejan llevar como autómatas por el eslogan de Sprite?

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