Máquina del tiempo

Sé que han habido momentos difíciles en mi vida, pero creo el que más me marcó de todos fue el último año del colegio. Aunque nunca fui ni la más popular ni la más 'amiguera', ese fue el año en el que sentí con toda la furia el precio de ser indiferente e incomprendida. Por razones que aún me son difíciles de entender, casi todas las personas que me habían hablado por seis años me dieron la espalda y fue durante ese año que estuve completamente sola en el salón de clases.

El año en el que se supone, la nostalgia invade a estos pseudo pubertos incipientes que entran a la universidad, yo solo quería salir corriendo del colegio y nunca más volver a saber nada de un lugar que aún al día de hoy, recuerdo con poca gratitud.

En ese momento, lo que más me dio fuerza para continuar fue mi hermana, quien me integró en su grupo de amigas del barrio y no me dio la espalda, a pesar de lo inmadura y seguramente odiosa que fui con ella en repetidas ocasiones. Mi primo, con sus amigos, también se convirtieron en una especie de apoyo para mí al reafirmar que en definitiva la loca no era yo. Mi mamá también intentó no tratarme como víctima, sino como una persona fuerte. Su misión fue impulsar a sostener un discurso fuerte y libre de culpa: yo no debía dejar de ser quien era, ni cambiar mi forma de ser a causa de la reprobación de un salón de clases completo.

Solo hasta este momento me estoy dando cuenta de las huellas profundas que tuvo ese año en mí, cuando tan solo tenía 16 años y lo mucho que eso me marcó, inclusive al día de hoy. Y no sé qué tan fácil habría sido manejar todo esto sin el apoyo de mi familia, quienes jamás me hicieron dudar de lo maravillosa que era y de lo mucho que debía luchar por ser yo misma.

Ahora analizo con cierta gracia lo predestinada que estaba a ser impopular, no solo por mi naturaleza ñoña o por mi exceso de confianza académico. Tocar piano, leer por pasatiempo, escribir en el periódico escolar, participar del taller literario y periodístico, ser mala en deportes y no saber bailar, formaba parte del arsenal de talentos encargados de ponerme en la casta más baja del colegio. Sin embargo, a pesar de todo lo que pasé, no quise dejar de hacer ninguna de esas cosas que tanto me gustaban ni de moldear mi forma de ser para ser más agradable.

En cambio, todo eso degeneró en una serie de mecanismos de defensas instalados estratégicamente para no volver a ser herida de esa manera otra vez. Cinismo, sarcasmo, un agudo sentido del humor y una habilidad para ocultar emociones son algunos ejemplos de lo vulnerable que aún me siento y de lo poco que quiero estar expuesta a algo parecido de nuevo. Heredé además una inseguridad profunda con voces cacofónicas que siempre me dicen "no eres lo suficientemente buena". Hay veces que en verdad yo soy mi propia y mi peor enemiga y aún estoy aprendiendo a manejar este asunto.

Al realizar mi maestría en Francia, ya casi al finalizar, una de mis compañeras se reía conmigo y hablaba de lo divertida que yo era. Me preguntó que cómo había sido yo en el colegio y creía que yo había sido muy popular. Obviamente le conté que la historia había sido al revés y que mi situación en el colegio había sido difícil y digna de ser olvidada. Ella, con asombro, dijo que no podía creerlo y que yo era demasiado 'cool' como para no haber sido apreciada. No creo que ella sepa lo halagada que me sentí en ese momento pero además, las ganas inmensas que tuve de retroceder en el tiempo y hablar con mi yo de 16 años: "Lo estás haciendo bien. Sigue siendo tú".




Comentarios

  1. Siento mucho que la hayas pasado así en el colegio y seguramente yo alguna vez tuve que ver en esos sentimientos:( lo siento mucho, discúlpame de verdad en lo que tuve algo que ver.

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