Confusión idiomática y automática

El dicho dice que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Pero no hay ningún dicho que yo me sepa, para ilustrar que nadie se da cuenta de lo adaptado que está a un ambiente, hasta que se pasa a otro diferente. La zona de confort definitivamente es algo misterioso y hasta imperceptible.

Luego de mi terrible y trágica transición hacia Francia, no había notado lo cómoda que estaba con todo lo que me rodeaba, incluido el antes desconocido y nunca apreciado lenguaje francés. Durante mis primeros días en Hamburgo, además de darme cuenta que traje la ropa equivocada esperando un frío de otoño, me di cuenta que tenía en mi cabeza incrustado un chip lingüístico más cercano al "oh la la" que a los sonidos guturales y toscos del alemán.

Por supuesto, luego de año y medio de vivir en Francia, al tropezar con alguien digo por instinto “Pardon” o “Desolée” y para preguntar qué cuanto cuesta algo no falta el infalible “C’est combien?”. También, me había acostumbrado a saludar con un melódico “Bonjour” a cada lugar al que entraba, así a veces nadie respondiera. Todas estas palabras y costumbres, no tienen mucho sentido en Alemania. Puede que estén al lado, pero pareciera que Francia y Alemania son dos jóvenes que se fueron de intercambio a un continente desconocido y que fueron abandonados para siempre por sus padres. Francia y Alemania aprendieron a convivir el uno al lado del otro, sin realmente tener mucho en común. O esa es la impresión que tengo, en esta maravillosa semana de inmersión en la vida de Hamburgo.

La primera gran diferencia es el manejo del efectivo. El control pareciera ser una obsesión de los alemanes, a quienes no solo les gusta llegar puntuales, sino asegurarse que todo se haga y salga bien. Por ello, el uso folclórico de la tarjeta débito hasta para comprar una caja de chicles (como en efecto, ocurre en Francia) es algo inconcebible en un país que culturalmente, se rehúsa a dejar el efectivo de lado. 

También, los alemanes tienen un nivel de inglés mucho mejor que el de los franceses, así muchos de ellos no lo reconozcan. Cuando por lo general pregunto si hablan inglés, todos dicen “un poquito” y resultan teniendo una pronunciación cuasi perfecta y nativa. Puede ser esa cultura de perfección la que los lleva a pensar que no hablan bien inglés, cuando la realidad revela lo contrario.

Por último, en medio de estas observaciones preliminares está una destacada cultura de la legalidad. En los buses y trenes hay controles ocasionales para saber quién pagó o no su tiquete. Pero es posible ingresar sin pagar y tener éxito en ello, muchas, muchas veces. En Colombia, nuestra cultura de “marica el último” haría quebrar este sistema. Inclusive en Francia hay que pasar el tiquete cada vez que se ingresa a cualquier transporte. Y en el metro de Toulouse existe la ridícula medida de pasar el tiquete una segunda vez, cuando se hace un cambio hacia alguna de las dos líneas de metro que hay en esta ciudad (si, solo dos).

Con respecto a la legalidad está por supuesto, el tema de las descargas ilegales que implican multas costosas y son un riesgo que no vale la pena asumir. A la vez, una gran cantidad de éxitos de Youtube que no están disponibles debido a disputas de copyright. En Francia este tema parecía ser más fácil. Por ello, he tenido que recurrir a mi mejor amigo Spotify, donde todo funciona con normalidad.


Por ahora, seguiré explorando con la mente abierta lo que me espera en Hamburgo. Sin embargo, como nadie se baña dos veces en un mismo río, está claro que no soy la misma que me fui de Colombia ni la misma que se fue de Francia. 

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